OPINIÓN

Por Homero Aguirre (*)

El próximo 21 de marzo se cumplen cuarenta años de que la mayoría de habitantes del municipio poblano de Huitzilan de Serdán decidió integrarse al Movimiento Antorchista y luchar por rescatar a su pueblo de la marginación y la violencia despiadada que padecían a manos de caciques, pistoleros y políticos que durante décadas los habían explotado, empobrecido, despojado de sus tierras, manipulado electoralmente y asesinado sin piedad.

Son cuatro décadas de una exitosa experiencia de organización y rebeldía de un pueblo que estaba marginado en extremo, en la que todo mexicano interesado en que México se convierta en un país sin pobreza y sin violencia puede encontrar lecciones provechosas si la conoce mediante fuentes rigurosas y objetivas. En este sentido, la Editorial Esténtor presentará la próxima semana el libro “Huitzilan de Serdán, la derrota de los caciques” escrito por el periodista Alejandro Envila Fisher, que contribuirá a dar a conocer los hechos ocurridos en ese lugar.

Huitzilan era uno de los municipios más marginados de Puebla. Una descripción de lo que padecían sus habitantes más pobres la encontramos en un trabajo de investigación realizado a fines de los años sesenta y principios de los setenta por el antropólogo James Mounsey Taggart, quien vivió en el municipio e incluso aprendió a hablar náhuatl: “Los mestizos que llegaron a la región adquirieron grandes extensiones de tierra y numeroso ganado. Casi todos llegaron pobres a una tierra rica. La tierra es fértil y adecuada para el cultivo de café, que se inició por la década de 1920 (…) Los nuevos pobladores encontraron indígenas analfabetas e ingenuos. Los indígenas confiaban y compraban a crédito en las tiendas. Gastaban mucho para cumplir sus obligaciones religiosas y los comerciantes solían anotar en las cuentas artículos que el indio no adquiría. Los indios acostumbraban manejar sus recursos en base de subsistencia y no de dinero, así que cuando los comerciantes exigían el pago de las deudas ni los indios más ricos tenían el dinero necesario. Para pagar ofrecían o se les exigían sus títulos de propiedad de las tierras. Los indios saben lo que vale la propiedad de la tierra como factor de producción pero creen firmemente que el éxito en la producción depende sobre todo de la suerte, para lo cual hay que propiciar a los santos mediante ritos costosos. Los mestizos, por el contrario, ven la propiedad con ojos materialistas; como un recurso que puede esgrimirse para adquirir riquezas. En los últimos 70 años de contacto, los indígenas de la cabecera y de los barrios de Xinachapan y San Miguel del Progreso han entregado el 80% de sus tierras a los mestizos que constituyen el 10% de la población”, escribio el antropólogo, en unas líneas que difieren muy poco de las obras literarias que describieron el sometimiento que padecían los campesinos antes de la Revolución mexicana.

Con el correr del tiempo las cosas empeoraron. El escenario descrito, publicado 4 años antes de que en el país existiera Antorcha, se fue agravando y con el paso de los años Huitzilan se convirtió en un verdadero infierno de pobreza, despojo y muerte, en el que los caciques multiplicaron su control e incorporaron a su servicio a pistoleros que alguna vez se ostentaron como luchadores sociales afiliados a la Unión Campesina Independiente que, tras un proceso de descomposición política y gran corrupción, se volvieron gatilleros a sueldo.

Parecía que los huitziltecos no tenían salida alguna, pero alentados por lo que se empezó a conocer respecto de los propósitos, métodos y resultados organizativos de Antorcha, que para 1984 ya daba numerosas floraciones en forma de luchas exitosas que sacaron de la marginación a cientos de pueblos, una comisión de huitziltecos se entrevistó con el dirigente nacional de la organización, el ingeniero Aquiles Córdova Morán, del que recibieron apoyo y orientación que fueron el inicio de un paciente y tenaz trabajo de organización popular en Huitzilan para liberarlo del cacicazgo.

 Con la descripción de Taggart, uno puede imaginarse la reacción de los caciques, acostumbrados a mandar y a matar a quien desobedeciera, cuando los indígenas empezaron a organizarse en Antorcha e incluso les ganaron la presidencia municipal. Pero a pesar de la resistencia de los caciques, respaldados por sus padrinos en sucesivos gobiernos estatales, y sobreponiéndose a los múltiples asesinatos que tuvieron que padecer desde el día que entraron a Huitzilan hasta fechas muy recientes (como octubre de 2017, cuando fue asesinado el alcalde y líder antorchista Manuel Hernández Pasión), Huitzilan se ha convertido en un modelo exitoso de desarrollo rural, que se puede resumir en las palabras del Ing. Aquiles Córdova:   “Antorcha sabe que hay mucha pobreza e injusticia en Huitzilan, pero no se conforma con hacer retórica social con eso; está luchando en serio por aliviarla, por ejemplo: ha introducido los servicios básicos, ha mejorado el abasto, la salud, ha creado empleo según sus modestos medios, cuida el medio ambiente y procura el embellecimiento constante del entorno social. Cuando Antorcha llegó a Huitzilan, no había educación; la escuela primaria estaba cerrada porque la UCI había matado al director y el resto del personal había huido. Hoy hay jardín de niños, primaria, secundaria, preparatoria y educación normal; además, el Ayuntamiento apoya como puede a los jóvenes que desean estudiar fuera de Huitzilan”.

En la experiencia organizativa de Huitzilan se pueden encontrar muchas lecciones. Menciono algunas de ellas:

Primera: que es posible que, mediante el contacto con ideas y líderes revolucionarios, un pueblo sometido logre entender su situación, levantarse, rebelarse y construir un mejor lugar para el presente y el futuro de sus hijos, por lo que las luchas locales y municipales siguen siendo grandes escuelas de lucha para que la gente aprenda a organizarse, a discutir sus problemas, a encontrar a sus iguales y juntos construir modelos de progreso que animen a otros a unírseles. Una buena parte de la vertiginosa expansión del Movimiento Antorchista, que pasó de ser un pequeño grupo de treinta personas en la Mixteca poblana a una organización de muchos cientos de miles, tiene que ver con ese efecto demostración que provocan las luchas locales cuando efectivamente mejoran la vida de la gente y así las convencen de que debe tomar el poder político.

Segunda: que las atrocidades de los caciques y sus pistoleros, rurales o urbanos, nunca se hacen sin la protección de políticos más encumbrados, que lucen cara de demócratas y progresistas. El pueblo debe aprender a identificar quién, desde la cumbre del poder, mueve la mano caciquil que lo manipula y a veces le dispara.

Tercera: que a pesar de los éxitos y las aportaciones que indudablemente tiene una experiencia de desarrollo local o municipal, no es posible superar ciertos límites salvo que se logre crear una fuerza social capaz de influir decisivamente en la política nacional y en la manera en que se distribuye la riqueza a nivel nacional. Eso sólo puede lograrlo un partido nacional de nuevo tipo, dirigido por izquierdistas auténticos, que conjunte todas las luchas locales, municipales y estatales y convenza a millones de mexicanos marginados de que deben llegar al poder y construir una sociedad estructurada de otra manera. En este trabajo de alcance nacional, es muy valioso el ejemplo de los pueblos de Huitzilan, de Tecomatlán y de otros pueblos y municipios que se han transformado con la lucha de Antorcha pues, guardando las proporciones, en lo pequeño se puede admirar lo grande y encontrar la fuerza espiritual que lleve a construir la fuerza material necesaria para acometer la tarea.

(*) Vocero del Movimiento Antorchista Nacional.

- Huitzilan: lecciones de un pueblo que tomó el poder

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