LA MIRADA INCÓMODA

“El fin del terrorismo no es solamente matar ciegamente, sino lanzar un mensaje para desestabilizar al enemigo”: Umberto Eco.

Por Alfredo César Dachary-cesaralfredo552@gmail.com

La guerra de Rusia – Ucrania no es lo que muchos creen una batalla ideológica entre un país pequeño enfrentado a una potencia nuclear, de ser así se habría terminado hace mucho tiempo, a un costo muy elevado no solo en víctimas sino también en el prestigio de las grandes potencias, que han ratificado la inoperancia de los organismos internacionales, creados por Estados Unidos al asumir la hegemonía al final de guerra mundial como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ya que no aportaron nada porque son membretes.

Rusia es un país capitalista regido, entre otros, por la iglesia ortodoxa rusa, tan nacionalista como Putin, que tiene como ideólogo al ruso Alexis Dugin, el creador de la denominada Cuarta Teoría y el gobierno Ucrania dirigido desde el 2014 por los que dieron el golpe de Estado a un presidente elegido democráticamente y operados por el Batallón Azov, integrado en el ejército de Ucrania.

Si bien Ucrania es un país, el que impulsó la guerra fue Estados Unidos a fin debilitar a Rusia, para luego con ese ejemplo atacar a China. Los tres, Estados Unidos, Rusia y China tienen un sistema económico capitalista con diferentes grados de participación del Estado, pero en los tres hay un Estado central que maneja la estrategia y el ejercicio real del poder por encima del que ejercen los grandes capitales.

El portal suizo Neue Zürcher Zeitung (NZZ) sostuvo a fines de enero que el presidente Biden envió a Kiev al director de la CIA, William Burns, embajador de Estados Unidos en Rusia 2005-08, con una propuesta para finiquitar la guerra y que Kiev y Moscú rechazaron ya que consistía reconocimiento del control de Rusia de un 20% de Ucrania, ya que Estados Unidos deseaba finiquitar la guerra rápidamente para enfocarse al enemigo más poderoso que le disputa la hegemonía: China.

En el primer mes del 2023, la Rand Corporation, muy cercana al Pentágono, acaba de publicar su sabio consejo a los hacedores de la política en Estados Unidos para evitar una guerra duradera en Ucrania, en donde identifica la evolución de la guerra y como las trayectorias alternas pueden afectar los intereses de ese país, por lo que, “además de minimizar los riesgos de una escalada mayor, los intereses de Estados Unidos serían mejor servidos evitando una guerra duradera. El “think tank” propone financiar a Ucrania en su conflicto con el Kremlin, pero no intervenir en una guerra directa ya que Rusia ganaría sobradamente, porque “Rusia no es tan fuerte ni tan débil como parece”. 

Y el largo informe agrega que no todo son ventajas para Estados Unidos, ya que Rusia sigue siendo una de las mayores fuerzas militares del globo, algo de lo que la Rand Corporation es totalmente consciente. Por ello, una de las acciones más destacadas del informe es la de dirigir una campaña para elevar la tensión de su conflicto con Ucrania, pero “sin llegar a las manos”, ya que evidentemente, de darse un enfrentamiento militar directo, el país de Putin saldría victorioso debido a su proximidad y poder. 

¿GENOCIDIO: UNA FORMA DE TERRORISMO?

Seymour M. Hersh es un periodista estadounidense de prestigio mundial en el mundo de las guerras y uno de sus mayores éxitos fueron las notas con denuncias de Matanza de Mỹ Lai, en Vietnam.

El crimen estaba perfectamente documentado. Las fotos mostraban las pilas de cadáveres, los niños rematados en el suelo, el pánico de las ancianas segundos antes de recibir la ráfaga mortal. Y lo que no contaban las imágenes de la matanza lo contaron los testimonios de los que habían estado allí. Los mismos soldados estadounidenses que habían asesinado a 500 civiles desarmados en el pequeño pueblo de Mỹ Lai, en Vietnam.

El Consejo de Guerra que juzgó al teniente William Calley comenzó hace hoy 50 años. El acusado, se limitó a decir que había cumplido las órdenes de otros. Y como ellos fue condenado: el fiscal militar había pedido a los seis oficiales que formaban el jurado que se convirtieran en “la conciencia del país”, y ellos declararon a Calley responsable de al menos 22 asesinatos y lo sentenciaron a cadena perpetua, pero la presión de la sociedad básicamente sureña y racista de Estados Unidos, cambió el castigo.

El Presidente Richard Nixon anunció que iba a revisar su caso y su condena, y la Casa Blanca había recibido 25,000 telegramas en un solo día reclamando el indulto de Calley, y el Presidente así impidió su traslado a una prisión militar y le permitió cumplir condena en el apartamento que tenía en una base militar, donde disfrutaba de visitas y tenía permitido hacer deporte.

La condena de perpetua se redujo a 20 años, luego a 10 y al final a 4, la mala conciencia del país lo exigía, y así el crimen se diluyó frente a derrota de Estados Unidos, que abandonó el sur de Vietnam dejando armas y militares aliados a ese país.

TERRORISMO O SABOTAJE

Cuando comenzó la guerra, lo primero que entró en juego fue la energía, el gas y el petróleo, y sabiendo que era una ventaja rusa, el Presidente Biden planteó boicotear para frenar el flujo de combustible de Rusia a Europa. Pocos meses después se puede sostener, según las afirmaciones del periodista norteamericano Seymour Hersh, que cumplió sus amenazas y un grupo de buzos de la Marina aprovechó unas maniobras de la OTAN en el Báltico para colocar explosivos en los oleoductos y la Armada noruega los hizo detonar tres meses después lanzando una boya sonar.

El Centro de Buceo y Salvamento de la Marina de Estados Unidos se encuentra en un lugar tan desconocido como su nombre: en lo que una vez fue un camino rural de Panama City, una ciudad turística en auge situada en el noroeste de Florida, 112 kilómetros al sur de la frontera con Alabama, en un edificio que alberga el centro que es tan anodino como su ubicación: una monótona estructura de hormigón.

Este centro de buceo lleva décadas formando a buceadores de aguas profundas altamente cualificados que, asignados a unidades militares estadounidenses por todo el mundo, son capaces de realizar inmersiones técnicas para hacer tanto lo bueno –utilizar explosivos C4 para limpiar puertos y playas de escombros y artefactos sin detonar– como lo malo, es decir, volar plataformas petrolíferas extranjeras, obstruir válvulas de centrales eléctricas submarinas o destruir esclusas en canales de navegación cruciales.

El centro de Panama City, que cuenta con la segunda piscina cubierta más grande del país, era el lugar perfecto para reclutar a los mejores, y más taciturnos, graduados de la escuela de buceo que el verano pasado cumplieron con éxito la misión que se les había autorizado a realizar a 260 pies (79,2 metros) bajo la superficie del mar Báltico.

Así los buzos de la Armada, que operaban al amparo de un ejercicio de la OTAN muy publicitado y conocido como BALTOPS 22, colocaron los explosivos que, al ser activados por control remoto tres meses después, destruyeron tres de los cuatro gasoductos Nord Stream, según una fuente con conocimiento directo de la planificación de la operación.

Dos de los gasoductos, conocidos colectivamente como Nord Stream 1, llevaban más de una década suministrando gas natural ruso a Alemania y gran parte de Europa Occidental. El segundo par de gasoductos, denominados Nord Stream 2, se habían construido, pero aún no estaban operativos. A medida que las tropas rusas se concentraban en la frontera ucraniana y se avecinaba la guerra más sangrienta en Europa desde 1945, el presidente Joseph Biden consideró que los gasoductos eran un vehículo para que Vladimir Putin utilizara el gas natural como arma para sus ambiciones políticas y territoriales, idea de la primera guerra fría, no adecuada a estos tiempos, donde el mayor sacrificado será la economía de los hogares europeos.

El historiador Adrienne Watson, portavoz de la Casa Blanca, al ser consultado sobre el tema afirmó “Esto es falso y una completa ficción” y Tammy Thorp, portavoz de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), escribió de forma similar: “Esta afirmación es total y absolutamente falsa”. Pero Biden es más del efecto demostración que la razón, como se ha visto en sus primeros dos años de gestión presidencial.

La visión de Biden es hacerlo, pero acusar a otros, por ello la cuestión de fondo no era si había que llevar a cabo la misión, sino cómo hacerlo sin dejar ninguna pista abierta sobre quién era el responsable. Los graduados de la exigente escuela de submarinismo del centro de Panama City eran sólo buzos de la Marina, y no miembros del Mando de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos, cuyas operaciones encubiertas deben ser comunicadas al Congreso e informadas con antelación a los líderes del Senado y la Cámara de Representantes. La Administración Biden hizo todo lo posible para evitar filtraciones, ya que la planificación se llevó a cabo a finales de 2021 y en los primeros meses de 2022.

Había antecedentes de este tipo de operaciones encubiertas, y fue en 1971, cuando la Inteligencia de Estados Unidos se enteró por fuentes aún no reveladas de que dos importantes unidades de la Armada Rusa se comunicaban a través de un cable submarino enterrado en el Mar de Ojotsk, en la costa del Lejano Oriente ruso. El cable enlazaba un mando regional de la Marina con el cuartel general en Vladivostok.

Un equipo cuidadosamente seleccionado de agentes de la CIA y de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) se reunió y elaboró un plan, utilizando buzos de la Marina, submarinos modificados y un vehículo de rescate submarino profundo, que tuvo éxito, después de mucho ensayo y error, localizaron el cable ruso, y los buzos colocaron un sofisticado dispositivo de escucha que interceptó con éxito el tráfico ruso y lo registró con un sistema de grabación.

Esto es parte de la historia no llevada a los medios que solo promueven clichés falsos sobre democracia, libertad y otras formas que cada vez son más difíciles de ocultar para un mundo más informado.

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